Tomás Calvillo Unna
16/08/2023 - 12:04 am
La ofrenda de la palabra
Los primeros segundos/ también son los últimos,/ si se reconoce/ como se desplazan e intercalan/ el tiempo,/ el pensamiento,/ y la memoria.
Rendija: Ese vaso de agua, es también un lago para el microbio que nos recuerda la proporción.
I
La manera en que operamos
nuestra condición humana
necesita una revisión a fondo
sin premios, ni castigos;
dejar de ser diques y tapaderas
y retornar al fuego, al viento
al agua y la tierra;
los elementos que ayudan
a comprender y sentir
el éter que nos envuelve.
II
La maledicencia como oráculo público;
el incesante murmullo de truncados deseos;
el ondular de las calles,
en la abigarrada cotidianidad;
las espinas del furor dosificado,
los temores,
en sus disfraces de arrugado cartón.
Y de la nada,
la mala leche y el agrio insulto;
los audífonos del aturdimiento;
los escaparates de la rutina,
esos reflejos manchados de impotencia;
el hastío de saberse en un laberinto.
Craquelada la mente,
sus escarpadas intrigas,
y sus valles del sosiego;
la estupidez monumental de dañar,
de imponer.
La reducción del sentido por el número,
y la pérdida y vaciamiento de la palabra;
el desbalance
entre la suma, la resta y el verbo.
III
La química del ser extraviada;
su búsqueda incesante
del hábitat del alma
en la vida cotidiana.
La fórmula a ras de suelo
e inspirada por los cielos,
y por la tierra
que concibió el barro
en humanidad.
Si,
esa agua milagrosa
que nos seduce de vida
y su voz sutil y contundente
que expresa desnuda
e impecable,
la enseñanza cierta
de ser ofrenda.
Los primeros segundos
también son los últimos,
si se reconoce
como se desplazan e intercalan
el tiempo,
el pensamiento,
y la memoria;
sus intersticios,
la cadencia necesaria
para no tropezar,
en esa dinámica estructural
que condiciona nuestro quehacer;
es la presencia del vacío
lo que permite vislumbrar
el sentido de la existencia.
Más que un contraste,
es un imán de cohesión
que trasciende los sucesos.
IV
La página blanca
no desaparece con la escritura,
al contrario, la sostiene,
es el carácter de su naturaleza:
la escritura que se descubre
como ofrenda.
Su primaria pureza,
el idioma de la sabiduría;
el sacrifico y la gratuidad enlazados;
la libertad y el destino abrazados.
Antes de la fe o la convicción
está su innata presencia.
El acto que esculpe la fortaleza
del compromiso consigo mismo.
El reconocimiento
que es experiencia manifiesta;
más allá de rituales,
costumbres, obligaciones;
su vaciamiento se nombra plenitud:
los signos que rasgan
la infinita soledad que interroga.
V
A veces el murmullo de las aves
horada la lógica de nuestras certezas;
esa escala entre la palabra y los sonidos;
el trémulo despertar
que acompaña a la luz en su desplazamiento,
como si fuera la batuta,
de una orquesta que inicia
la interpretación de su partitura:
el graznar del amanecer
es ya un silbido.
Al no estar solos
comprendemos que compartir
es una expresión
de la esencia;
un punto de partida
y de llegada;
el tránsito,
los mismos inicios y fines
el continuo acompañamiento
inseparable.
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